Real Fábrica del Tabaco: de Nueva España a México
Redacción La Real Fábrica de Tabaco, ubicada en el municipio de Ezequiel Montes, inició su construcción en 2015. Dos años después abrió sus puertas al público para ofrecer una visita guiada para conocer más de cerca el arte de rolar puros a mano. Pero, ¿qué hay detrás de la historia del tabaco en México? Tras … Leer más
Redacción
La Real Fábrica de Tabaco, ubicada en el municipio de Ezequiel Montes, inició su construcción en 2015.
Dos años después abrió sus puertas al público para ofrecer una visita guiada para conocer más de cerca el arte de rolar puros a mano. Pero, ¿qué hay detrás de la historia del tabaco en México?
Tras las reformas borbónicas en la Nueva España que se realizaron en materia económica, la industria interna se vio afectada debido a que la Casa de Borbón fortaleció los sectores industriales más productivos sin importar si satisfacían la economía y las necesidades de la sociedad novohispana del siglo XVIII.
A pesar de la afectación a la industria interna, la economía presenció un crecimiento y los sectores que más se vieron fortalecidos fueron aquellos de los estancos (embargo o prohibición del curso y venta libre de algunas cosas), los cuales iniciaron alrededor de 1760.
Dentro de los estancos que se desarrollaron, el del tabaco fue uno de los que generaron grandes cantidades de
utilidades.
Tal y como lo señalan Julia Sierra y Sordo Cerdeño en su publicación ‘Atlas histórico de México’, José de Gálvez impulsó el monopolio del tabaco a partir de 1764, cuando, por parte del virrey Joaquín de Montserrat, el marqués de Cruillas anunció la decisión del rey de estancar el ramo del tabaco.
Esta decisión se generalizó como una forma de obtener ingresos tras la derrota de España en la Guerra de los Siete Años en 1763.
A causa del éxito que representó el estanco de tabaco, el monopolio del cultivo se amplió a la manufactura y comercialización de puros y cigarros, lo que fue materializado en la Real Fábrica de Puros y Cigarros de México, fundada durante 1769 en el barrio de La Lagunilla, donde los trabajadores eran reclutados por los antiguos artesanos cigarreros.
Posteriormente se construyeron las fábricas en Oaxaca (1769), Guadalajara (1778), Querétaro (1779), Veracruz (1790), Puebla (1793) y Orizaba (1797).
Esta acción correspondió a la transferencia de las utilidades que lograban ganar los cigarreros particulares –que compraban tabaco en los almacenes del estanco, lo labraban y lo vendían por su cuenta– a la Real Hacienda.
Estas ganancias representaban un tercio del total obtenido por el comercio de tabaco en rama. Para 1776, se dejaron de otorgar permisos a particulares, lo que causó la desaparición de las tiendas donde se vendían puros y cigarros, las cuales fueron sustituidas por pequeños estanquillos que eran manejados por el estanco principal de tabaco.
Con la implantación de las fábricas, la organización del trabajo para cigarreros y pureros sufrió grandes transformaciones, y presentó una división de trabajo, de la cual se derivó una jerarquía.
Antes de las fábricas, en los pequeños talleres, la división de trabajo era casi inexistente. Estaba el maestro, quien, por su experiencia, realizaba la parte más importante de la producción; el oficial, quien era apoyo del maestro; el aprendiz, quien realizaba los trabajos más sencillos; y los torcedores, quienes se dedicaban a torcer puros y cigarros.
Dentro de las fábricas, esta organización cambia. Dado que había una concentración mayor de personas, se definieron una serie de oficios que antes no eran necesarios, para así diversificar las tareas y crear dos grupos de trabajadores: los administrativos, quienes se encargaban del correcto funcionamiento de la fábrica, y los operarios, quienes intervenían en la producción.
Los puestos de administradores eran los más altos en la jerarquía organizacional y recibían hasta un salario 200 por ciento mayor que el resto de los empleados.
El proceso de producción iniciaba con los obleros, quienes recortaban la oblea y elegían el papel. De ahí se enviaban a los cigarreros, quienes envolvían y recortaban; finalmente, se empacaban los puros y cigarros por los encajonadores y selladores.
No fue sino hasta 1846 cuando se introdujeron máquinas como parte del proceso productivo. Antes de esto, el proceso seguía siendo manual.
Con la nueva organización que se presentó, las condiciones cambiaron para maestros y oficiales, puesto que los primeros renunciaron a la posibilidad de obtener ganancias propias de la fabricación de cigarros y los segundos renunciaron al ascenso de condición de oficial a maestro.
Estas nuevas condiciones dan prueba de que las fábricas homogeneizaron a los trabajadores, reduciéndolos a la condición de asalariados de la fábrica. Igualmente se observó que solo alrededor de 6 por ciento de los operarios tenían plaza fija y empleo permanente.
Una de las principales críticas que recibió la fábrica, de acuerdo con el historiador Enrique Florescano, fue la presencia de trabajadores de ambos sexos, lo que levantó sospechas y cuestionó las buenas costumbres.
El monopolio del tabaco culminó años después de la consumación de la Independencia de México, alrededor de 1827-1830, cuando, ante la amenaza de reconquista española del brigadier Isidro Barradas Valdés, el ministro de Hacienda, Lorenzo de Zavala, implementó medidas drásticas, como la abolición del monopolio del tabaco y, por ende, de las Fábricas Reales.